Caso Dani Alves: una perspectiva bíblica






Es difícil encontrar un solo medio de comunicación que no se haya hecho eco del caso Dani Alves. El suceso ocupó todas las portadas en enero del pasado año 2023, tras la denuncia de una joven que aseguraba haber sido violada por el futbolista en los baños de una conocida discoteca de Barcelona. Unas semanas más tarde, el brasileño ingresaba en prisión preventiva y, a partir de entonces, fuimos testigos de los sucesivos avances y giros de la investigación. Tampoco nos han faltado los buitres de la política abalanzándose sobre los restos del caso para añadir carroña a sus discursos ideológicos.

El juicio finalmente se celebró los días 5 al 7 de febrero de este 2024. Todos los testimonios fueron expuestos y las pruebas presentadas en aquellas tres jornadas. La audiencia de Barcelona comunicó la sentencia poco después, el 22 de febrero, considerando probados los hechos de los que se acusaba al deportista y condenándolo a cuatro años y medio de prisión, además de otras medidas preventivas y restitutivas. En el futuro, probablemente habrá más novedades en el caso, ya que ambas partes han anunciado que recurrirán la sentencia. Mientras tanto, creo que las Escrituras pueden arrojar un poco de luz en este asunto.

La Biblia condena el acto de violación de varias maneras. Por ejemplo, en Deuteronomio 22:25 se impone la pena máxima al hombre que… “hallare en el campo a la joven desposada, y la forzare […], acostándose con ella”. Es decir, en el mundo antiguo un violador era reo de muerte. Pero más allá de este texto de carácter legal, diversos relatos de las Escrituras ilustran con crudeza el rastro de dolor y sufrimiento que deja tras de sí el acto perverso de una violación; sobre todo a la víctima, pero también a sus allegados.

En Génesis 34 encontramos el caso de Dina, la hija de Jacob. Ella fue agredida por Siquem, un príncipe cananeo que al verla pasear por su ciudad la secuestró y la violó. Los hermanos de la joven no dudaron en tomar represalias unos días más tarde, acabando no sólo con la vida del agresor sino con la de todos los varones de aquella población. Otro suceso tremendamente dramático es el descrito en Jueces 19, donde leemos que un grupo de desalmados violó a la concubina de un levita durante toda una noche hasta acabar con su vida. Como vemos, incluso los casos de violación en manada encuentran su eco en las Escrituras.

Pero posiblemente sea el caso descrito en 2 Samuel 13, acontecido en el seno de la casa de David, el que más luz arroje sobre este acto execrable. Lo primero que podemos resaltar de este último texto es el perfil del violador, el cual se nos revela como un hombre desenfrenado, esclavo de sus impulsos. Amnón, el primogénito de David, se había obsesionado con Tamar, su hermana por parte de padre pero de diferente madre. Este sujeto tramó la estratagema perfecta para quedarse a solas en una habitación con la muchacha, fingiéndose enfermo y solicitando sus cuidados. Cuando Tamar descubrió sus verdaderas intenciones, suplicó a su hermano que no la agrediera de aquella forma vil, sino que le propusiera formalmente matrimonio. Sin embargo, Amnón…“no la quiso oír, sino que pudiendo más que ella, la forzó, y se acostó con ella” (2 Samuel 13:14).

Y por si fueran pocos el dolor y la vejación infligidos hasta este punto, el relato da un giro sorprendente al afirmar que, acto seguido… “la aborreció con tan gran aborrecimiento, que el odio con que la aborreció fue mayor que el amor con que la había amado” (2 Samuel 13:15).

El desenlace fue casi peor que la violencia ejercida contra ella. Acabó expulsando a su hermana de la habitación, agredida y humillada. Amnón, por tanto, se nos retrata como un hombre perverso y depravado, dominado por la codicia, el egoísmo, la lujuria y el odio.

Por otra parte, el texto describe el intenso sufrimiento físico y emocional que padece la víctima de una violación. Tamar fue acosada, engañada, violada y luego aborrecida. Su dolor fue tan desgarrado que… “tomó ceniza y la esparció sobre su cabeza, y rasgó la ropa de colores de que estaba vestida, y puesta su mano sobre su cabeza, se fue gritando” (2 Samuel 13:19).

Esta vívida descripción nos muestra la intensidad del trauma generado a una persona agredida sexualmente. Es un dolor que trasciende el evidente padecimiento físico. Las heridas emocionales son de tal calibre que lamentablemente tendrá que lidiar con ellas durante mucho más tiempo del que perduran las marcas en el cuerpo.

Por último, este pasaje refleja el daño colateral provocado por una violación. La agresión de Amnón despertó la malicia de otro personaje oscuro del Antiguo Testamento: Absalón, hermano de Tamar. Éste no sólo consoló a su hermana, sino que tramó su venganza con frialdad, aguardando el momento perfecto para ejecutarla. Esperó hasta dos años, transcurridos los cuales obtuvo el permiso del rey David para invitar a todos sus hermanos a un banquete, con la excusa de unirse a los festejos de los trasquiladores de sus rebaños. Bien entrada la velada, una vez que las viandas habían sido despachadas y el vino había corrido a raudales, a su señal, los siervos de Absalón se abalanzaron sobre Amnón y le arrebataron la vida (2 Samuel 13:23–29). El resto de los presentes huyó despavorido.

En conclusión, la Biblia plantea la violación como un pecado cruel que provoca un gran sufrimiento, además de ser el más que posible detonante de una espiral de venganza y violencia. Más allá de la necesaria atención médica, psicológica y social, estoy convencido de que sólo el evangelio puede proporcionar una restauración completa. Tal como afirma el Salmo 147:3: “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”.

Como también Jesús afirmó… “bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4).

El dolor y la rabia pueden ser los detonantes de una genuina búsqueda espiritual que conduzca a Cristo. Ojalá sea así, no sólo para los afectados por el caso referido en este artículo, sino para todos los que tienen el alma rota por una situación similar.